sábado, 22 de octubre de 2011


Aparecen los pretas, fantasmas japoneses que se comen a los muertos.

Estos pretas, estos fantasmas, son como los brujos: clasificadores, devotos de las cajitas, catalogadores, y sobre todo, almacenadores de cosas en casas como la de la heroína Emelinda Hellen.

Recuerdo a un muerto que, achuchado por los brujos, utilizó la  boca de Amado Nervo para así decir: 

"Tal vez en un planeta bañado de penumbra, / sin fin, que un sol opaco, ya casi extinto, alumbra/ cuitad peregrina, mirando en rededor/ ilógicos aspectos de seres y de cosas, / absurdas perspectivas, creaciones misteriosas, / que causan extrañeza sutil y vago horror".
                                                                 
Pero, entonces, hasta a Amado Nervo lo tenemos aquí, así que podemos decir:  ¡cuánto atestamiento! ¡Por dentro de la casa de Emelinda Hellen ya casi no se puede caminar!!

(Pero, ¿cómo? ¿Es que el Lector podrá  permitir este relajo literario de una casa donde, antes de que comience nada, ya casi no se pueda caminar; aunque, quizás, el Lector pueda  conseguir  un trillo por donde desplazarse. Pero, veamos lo que podrá pasar)...

 Comienzo de la tempestad, la casa en ruinas 
(la casa del Prócer,  donde vivió el personaje Emelinda Ellen), 
ubicada en Vista Alegre, el reparto de Santiago de Cuba. Alguien, 
bajo la tempestad, puede que esté  dentro de la casa, ya vacía, 
además de arruinada... 
El todo es horriblemente sombrío. Se siente como si, a lo lejos,   
el ejército de Chang Kai-Chek, llegando a Formosa para dormir una eterna siesta, estuviera ralentizando. Pero no es sólo eso, sino que como si fuera la sombra del ejército  del Mariscal Chang Kai-Chek, también se mete dentro del Texto, otro ejército de chinos rubios 
(¿chinos rubios?),
procedentes de un texto cuyo Autor no es otro que el mismísimo argentino Rafael Cippolini. 
Si raro aquí resulta que se haya metido, para acabar durmiendo la siesta, el ejército del Mariscal Chang Kai-Chek, más raro tiene que resultar que así como así, este mini-cuento  se ponga a plagiar a Cippolini, introduciendo chinos rubios. 

¿Qué carajo es esto? ¿Cuál es la clave? ¿Cuál es la clave de esa lucha que pretenden esos ejércitos? ¿Lucharán, cada uno de los ejércitos, con el respectivo -respetuoso- vacío? O sea, el vacío, por supuesto, será único, ¿ pero a cada ejército le corresponderá una emanación distinta del mismo vacío? 
No cabe tiempo para responder a las preguntas. 
Una tempestad, lo siente todomundo. 
Por lo que hay truenos, rayos. 
Cada uno de esos truenos, rayos, puede que se identifique con los distintos vacíos que pueden emanar  del vacío único
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La clave nadie la tiene, nos dice el Texto. Quizás alguien tuvo la clave, pero ahora, cuando la casa del Prócer está  deshabitada y en ruinas, nadie tiene la clave. "El fantasma de alguien que fui yo", entonces ha dicho  el Conde Baldomero Armenteros (pues es así, de a cojones, y sin que en otros mini-cuentos se  nos hubiese dicho nada, que el Texto nos informa, ahora, que el Conde se llama Baldomero), al salir por un segundo del coma donde está sumido. Y esto, podemos asegurarlo -como atentos lectores que somos-, contemplado por los ancianos del Home, no ha podido menos que ser calificado como un satánico espectáculo de los otros brujos, 
de los brujos malos. 

Así que, repetimos, vacío emanando vacíos. Rayos y truenos
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