domingo, 24 de julio de 2011


UN SIMBOLO BIEN BUENO 

(El Conde Armenteros leyó a Lorenzo García Vega en su texto "Taller del desmontaje". De esta lectura extrajo la siguiente cita:

“Se trata de una especial necesidad que, desde hace un buen tiempo, se me ha ido imponiendo más y más: la necesidad del Inventario. Llegar, ver, y de inmediato requerir la libreta de apuntes para ir consignando, minuciosamente, todos los desfiles de eso que pueda tener frente a mí. Inventariar, pues, como si estuviera en un supermercado, libreta en mano, anotando todas las latas que, alineadas, se exhiben en los diversos estantes (¡qué gran placer puede ser esto!) Inventariar latas, pero además, inventariar toda la vida, tal como si ésta también estuviese compuesta por latas. Todo etiquetado, todo registrado. Todo, idéntico, puesto uno al lado del otro. Todo, sucesivamente, en filas. Las imágenes, por supuesto, pueden irrumpir. Las imágenes, por supuesto, no se pierden. Pero, después que irrumpen las imágenes , entonces, ineluctablemente, también vendrá su clasificación, su inventario. Habrá que inventariarlo todo, entonces. Y ya esto también lo había pensado Duchamp: "Que todo el texto sea un catálogo", así nos dijo. Esto fue lo que nos dijo Duchamp"). 

O sea, este mini-cuento con un símbolo bueno, bien bueno. 
Veamos, Macedonio habló de "el perfil de sombra de la persona en las paredes". Bien bueno, buenísimo, genial.

Así que, entonces, el símbolo de este mini-cuento es éste: Emelinda Hellen Manduley (obsérvese que se llama aquí por su nombre a la nieta del Prócer), deja su sombra grabada en muchas de las paredes de la casa donde nació, en 1936 ( fecha sobre la que no se dice más, pero que, sin ningún género de duda, está relacionada con los brujos), en la ciudad de Santiago de Cuba, el lugar donde ella vivió, durante la mayor parte de su juventud. Pero, lo que debe interesar es que la gran sombra de Emelinda Hellen Manduley, o sea, la principal sombra que ella desprendió en una tarde lluviosa de Santiago de Cuba, no sólo se grabó en la pared del Salón de Actos del Colegio Sagrado Corazón, el santo establecimiento educacional donde hizo su primera enseñanza y su bachillerato, sino que la acompaña después, y esto hasta tal punto que esta sombra no deja de estar siempre presente, tanto en este mini-cuento, como en todos los mini-cuentos que se puedan escribir...

 Emelinda Hellen Manduley, entonces, con su sombra de pared del Sagrado Corazón, parte en una metáfora, parte en lo que la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda llamó "la chusma diligente". O sea, para ser más preciso, Emelinda Hellen, debido a la persecución política del llamado Tirano de Birán, parte, exiliada para siempre, en una tormentosa tarde del año 1960, con rumbo a la Playa Albina.

El viaje, costeado por la millonaria familia Mestre (familia materna de Emelinda), se lleva a cabo en un yate bajo bandera suiza, perteneciente a una rica familia de Berna ligada a su familia por altos intereses financieros.


En el yate de los millonarios, dejando para siempre atrás a esa patria que ya sólo es la finca del Tirano de Birán, Emelinda Hellen y su sombra, -sigue diciendo este mini-cuento-, enfrentan a las olas con dura mirada prestada por los brujos coleccionistas, por los brujos almacenadores de tarecos. (Por las noches parecía destilarse la rengueante musica de un ragtime: “The shining realms of  the Uberconscious Rag”)*.

Y todo esto, recreado por un sueño inventado durante un coma, es lo que le sucede al personaje Conde Armenteros, narrador de los brujos y anciano recluido en Home de Playa Albina, quien está plagiando el coma inspirado por esa novela de Clara Sánchez, donde hay una protagonista en coma, y un sueño a todo meter.

 Así que, por lo que se puede ver, buen enredo es este mini-cuento. ¡Este mini-cuento es del carajo!

*(El yate, bajo bandera suiza, donde llegó la nieta del Prócer, se quedó en su casa para siempre, como uno de los tarecos de los hermanos Collyer. Pero esto es otra historia. Quizás demasiado complicada)